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PAPELES VIEJOS por Manuel Martín Martín. “Écija ya tiene su Virgen Coronada”.

PAPELES VIEJOS por Manuel Martín Martín. “Écija ya tiene su Virgen Coronada”.
septiembre 05
16:02 2013
En el mes de nuestra Patrona, La Virgen del Valle, varios son los artículos que irán apareciendo dedicados a ella, sea éste de nuestro querido Manuel para despuntar el alba como el rosario anuncia la aurora.

Ya lo anunció Manuel Gómez García en su pregón: “ese día de tu Coronación, los corazones enfervorecidos de los ecijanos, todos a una, vibrarán en torno a Ti”. Y así fue. En la mañana de ayer, y coincidiendo con la festividad de la Santísima Virgen del Valle, Patrona y Alcaldesa perpetua de la ciudad del Sol, estos hombres y mujeres con el corazón la cabeza vieron que en la radiante luminosidad de la margen izquierda del río Genil, se había cumplido un deseo transmitido de padres a hijos: de Reina de todo lo creado pasó a ser Reina de Écija y los ecijanos.

La ciudad de las Torres había despertado con los sonidos de esperanza de la diana floreada. Desde las seis y media de la mañana, las cuatro bandas musicales de la ciudad recorrieron el casco urbano anunciando el momento esperado. Écija acudió solícita al llamamiento. Desde el Puente a las Casitas de Pinichi, desde Colón a las Cuatro Esquinas, desde la Guita a Puerta Palma y desde Cañato a la Estación, conformó una sola barriada: el Valle de sus ilusiones.

A las siete de la mañana, y en devoto Santo Rosario, los doce naranjos de la Plazuela del Valle daban un hasta luego a la que habita en Santa Cruz, la Madre de los ecijanos. Los sueños y rezos se perdían por Mas y Prat y El Salón, cuyas palmeras, ausentes, no pudieron rendirse ante la Auxiliadora de esta tierra. El desfile procesional, que penetraba por entre banderas celeste y blanca, pasó ante Jesús sin Soga y enfiló por los Balcones Largos hacia Giles y Rubio, hasta, ya alumbrado por el sol vespertino, llegar al Paseo de San Pablo, espacio que mandó construir, en la segunda mitad del siglo XVIII, el corregidor Joaquín Pareja Obregón.

Pocos minutos sobrepasaban de las nueve de la mañana cuando la Virgen del Valle, portada por la alta escuela de costaleros ecijanos, era subida por un presbiterio hasta ser depositada en un altar de tres alturas, según idea de Luis Becerra. Frente a la Señora, el monumento triunfal que en 1772 se erigió a San Pablo, Patrono de la ciudad.

Todo estaba previsto según diseño del arquitecto local Javier Madero Garfias. Cada colectivo en su sitio y un sitio para que la Flor de Écija y su Hijo sintieran la frente Coronada. El sonido, el aroma y el color lo pusieron los ecijanos que, a pie o en autobús, se fueron agolpando en callado silencio mientras sus corazones entonaban el himno del amor.

Unas siete mil personas, de las que cinco mil pudieron encontrar asiento y el resto soportó a pie el acto litúrgico con la paciencia y el civismo de un monje del medievo, se dieron cita ante el gran milagro de la canícula astigitana.

La gracia de las ramas verdecidas por la ribera del río, eran un complemento más… “¡Ahí va!”, susurraba el personal ante la presencia de monseñor Carlos Amigo Vallejo, arzobispo de Sevilla, y todo su séquito, a más del general jefe del Cuarto Militar de S.M el Rey y la Corporación Municipal. Aquel manifiesto que en 1926 dirigió al pueblo Alberto Flores Fernández, párroco de la iglesia donde habita el Señor de Écija, el de la Salud, emprendía su último camino hacia la luz y hacia la vida.

La Écija que se oculta bajo la sombra de las once lágrimas de sus torres y los quince suspiros de sus espadañas, que fue evangelizada por San Pablo y que fue sede episcopal de Fulgencio, Crispín y Gaudencio, la que fuera cuna de mártires como Fray Alonso del Valle y de santos como el Beato Francisco Díaz, aquella que, por mariana insobornable, fue escogida por Santa Teresa para hacer el voto seráfico de obrar siempre lo más perfecto, o la primera que creyó y defendió el misterio de la Inmaculada Concepción, estaba presta para caminar hacia Dios siguiendo el resplandor de su Madre.

Los poseídos por la gracia de Dios, que no mérito propio, de vivir y haber nacido en Écija, estaban, pues, ante su Madre, la fe viva del pueblo. Una fe a prueba de toda confusión, donde el imaginero fue solo mandatario de un fervor, artífice de una voluntad popular.

Diez de la mañana. Solemne Eucaristía oficiada por monseñor Amigo Vallejo y, tras ser glorificada la muchedumbre por la ley de Cristo con los sones del Orfeón Astigitano y la Banda del Cristo de Confalón, el tiempo se paró a las once en punto. Ante la presencia de los padrinos, los duques de Almenara Alta, Juan Pedro de Soto Domecq y María Soledad Martorell, todos los ojos cercaron al Hijo de Dios que, sostenido por las manos de la Madre, fue el primero en ser Coronado.

A partir de entonces, el alma de Écija se hizo libro de Teología: cada ecijano un capítulo, cada colectivo, simbolizado en la Hermandad de la Virgen del Valle, una lección. La Madre de Écija fue Coronada entre los vivas y un aletear de palomas blancas, mientras que siete mil ecijanos, que fueron creados para la oración profunda, clavaban en la diana del cielo su más anónima purificación con el ‘Aleluya’ de Haendel. Y es que el amor y la paciencia de este pueblo han sido los estandartes que coronaron el baluarte de su Fe salvadora.

Toda la ribera del Genil se iluminó. Écija brilló entonces más que el sol. La luz divina de la Madre Coronada hizo que la gran clausura del aire se rompiera en mil pedazos por mor de la explosión compartida: el derroche de gozo y felicidad de quienes vieron el sueño de sus mayores cumplido.

Las calles y plazuelas por donde había transitado la Virgen del Valle estos meses atrás, borrachas de blancura, esas donde el albañil triunfa sobre el arquitecto y que tienen un sabor especial a pestiños, torrijas, a tortas de manteca, a bizcochos marroquíes y a yemas, ya tenían alma y cuerpo, cara y lengua.

Pero ahora, la Señora de Écija Coronada, que había recibido un nuevo bastón de mando, entregado por el alcalde, Julián Álvarez, y la escritura de constitución de la Fundación Virgen del Valle Coronada, de manos del hermano mayor, Mariano Torres de la Rubia, señalaba otro camino alternativo. Regresaba a su templo en procesión por la Avenida de Andalucía, Miguel de Cervantes, El Salón, que antaño detuvo la admiración de Cleofás en ‘El diablo cojuelo’, la calle Mas y Prat y así hasta la Parroquia Mayor de Santa Cruz.

Abría el cortejo el fervor y la felicidad incontenida de todo un pueblo que, en unión de las representaciones religiosas con sus guiones y estandartes, autoridades civiles y militares, el Consejo Local de Hermandades y Cofradías, así como del presidente del Consejo sevillano, Antonio Ríos, hermandades de la provincia y el Ayuntamiento bajo mazas, empujaba por el valle de la gracia divina.

Todos, en una multitud imposible de cuantificar, llevaron en volandas a la Madre en un trono de plata que, guiado por su capataz, Salvador López, recibía los más armoniosos piropos. La más delicada Flor abría primaveras de vivas y aplausos durante el recorrido, en el que sobresalían las mujeres de mantilla, costumbre ésta muy ecijana que se recuperó el pasado mes de abril con motivo del Santo Entierro Magno.

Ya en su Parroquia Mayor de Santa Cruz, una Salve ponía fin a lo andado. El manifiesto que Alberto Flores Fernández dirigió al pueblo en 1926 -“Écija tiene insaldada una inmensa deuda de gratitud y devoción con su Augusta Patrona la Virgen del Valle”-, ya es historia. Por fortuna, 73 años después se constata que la victoria es siempre del más perseverante.

Un regalo de San Fulgencio a su hermana

Devoción, infinita; antigüedad, del siglo VI, y milagros, incontables, han sido los argumentos para la tardía Coronación de la Virgen del Valle. Cuenta la tradición que la imagen fue un regalo de San Fulgencio a su hermana Santa Florentina en el siglo VII, presente que recibió en el monasterio enclavado en el valle del Genil, de ahí su nombre. Con todo, la actual imagen es una talla del siglo XIV, de autor anónimo, que fue descubierta en un edificio antiguo por el ecijano Luis Portocarrero, señor de Palma, en una cacería. La devoción fue transmitida de padres a hijos y llegó a ser de tal magnitud, que se extendió a otros continentes, lo que obligó en 1584 al Cabildo Municipal a nombrarla Patrona así como a declarar la fecha del 8 de septiembre como fiesta de la Natividad de María. A mediados del siglo XIX, la imagen fue trasladada a la Parroquia Mayor de Santa Cruz, donde en 1929 fue solemnemente bendecida. Años más tarde, y ante los milagros que se le atribuían, la Madre y Señora de Écija recibió en 1954 el título de Alcaldesa perpetua de la ciudad. Casi medio siglo después, ya es oficialmente Reina del Valle del Genil.

(Artículo publicado en EL MUNDO. 9 de Septiembre de 1.999)

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