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LETRAS ENCADENADAS por Francisco J. Fernández-Pro

LETRAS ENCADENADAS por Francisco J. Fernández-Pro
junio 04
08:16 2014
Fco. Fernández-Pro

Fco. Fernández-Pro

Si hay algo peor que la rabia es la impotencia.

Impotencia que nos invade cuando no sabemos cómo afrontar nuestras luchas.

Lucha, por ejemplo, por cualquier Ideología que persigue el afán por lo justo y se acomoda en el populismo, alimentándose del agravio y la discordia. Lucha por la cordura, tan ausente durante estos días en los que prima el instinto de los buches, la ira del arrebato, la ignorancia inferida o diferida y la consigna de la ocurrencia.

Ocurrencias de estas horas extrañas, que -a caballo entre mayo y junio- empezaron con la pifia de las europasdelmercadeo y acabaron con el abandono de un rey.

Rey o reyes, que –por desgracia- se nos hacen necesarios como fieles de esta balanza tan mediterránea de las discordias. Rey o reyes, de una casta putativa, pero de altísima rentabilidad para nuestro caos (cocheescobas de nuestras intolerancias, expiadores de los instintos de anarquía), porque, lo queramos o no, construyen democracias, aunque -de paso- se apiolen la fauna más imponente por las tierras de África.

África, ese continente tan cercano, tan vecino y tan estúpidamente ignorado, en el que –mientras nosotros berreamos, hurgándonos el ombligo- emergen, silentes, las células yihadistas.

Yihadistas que añoran un Al-Andalus sin infieles; y que, mientras sesteamos ignorantes, nos invaden este Occidente que consideran condenado, olvidado de Alá,  puro infierno, víctima de un Sistema sin Dios llamado Democracia.

Democracia lejana para ellos y de la que nosotros nos alejamos con cada renuncia. Democracia que, cada vez, es menos del Pueblo, por el Pueblo y para el Pueblo. Democracia que se debilita cuando sus representantes se encaraman en los despachos y se olvidan del barro de las calles, del frío de los inviernos, de la sequía de la tierra, del hambre y las necesidades de los que los eligieron. Democracia que se nos escurre por entre los votos, cada vez que estos necios -elegidos de entre nosotros mismos-, acaban por creerse cuneros de palacios.

Palacios que, cuando se ansían visceralmente, se enquistan en el alma y en las entendederas, y provocan agravios malintencionados, tramas de señoríos, meriendas de comadronas, tramoyas de suripantas, alardes de pavos reales que nunca abdican.

Abdican los que saben y los que pueden; los que se cansan y ya sólo se soportan en sus muletas; los que, hastiados, ya no tienen fuego ni para luchar contra la mínima injusticia. Abdican los sanchopanzas que, a pesar del roce, mantuvieron la cordura;… porque, por desgracia, otros no podemos abdicar: los que nunca supimos hacer otra cosa que enmendar entuertos y andar entre alucinaciones, no podemos abdicar. Nunca pudimos abdicar los que nacimos quijotes.

Quijotes de saldo, de galeote enano, de cuarto y mitad de molino de viento, de apenas escudero o bachiller que nos guarde,… pero quijotes, al fin y al cabo, que no sabemos achancarnos porque nos parieron tontos (o eso dicen los que nos quieren…) Quijotes de rocinantes pencos y lanzas mutiladas, pero a los que siempre nos queda una mínima Ilusión -como sagrada locura- frente a esa Impotencia que es peor que la rabia.

Rabia, sí;… porque, para mí, si hay algo peor que la Rabia, es la Impotencia; y, frente a la Impotencia, me queda la Ilusión de una lanza en ristre, la certeza de una Justicia por la que siempre merece la pena seguir luchando y la visión mágica de esa mirada de mi amada Dulcinea, animándome la Razón, la Palabra y el Pensamiento.

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