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EL LORENZO por Francisco J. Fernández-Pro Ledesma

EL LORENZO por Francisco J. Fernández-Pro Ledesma
febrero 12
08:16 2015
Fco. Fernández-Pro

Fco. Fernández-Pro

Siguiendo con estas letras trashumantes, a las que me obliga la promesa que le hice a mi querida María del Valle Pardal y, vistos los comentarios suscitados por mi anterior artículo, dedicado a la Loca del Cuni y, sobre todo, el  realizado por mi admirado Maestro Luis Candelas, permítanme remitirme, una vez más –y así, de paso, aligero la tarea-, al apartado que en aquellas TESELAS PARA UN MOSAICO que publiqué en el año 2009, dediqué a mis reflexiones sobre los llamados “Tontos del Pueblo” y a los que yo tanto he llegado a admirar desde mis propias locuras. Entre ellos, escribí sobre El Lorenzo.

El Lorenzo, era un hombre singular, ejemplo vivo –como apuntaba en su comentario Luis Candelas- de que la demencia, muchas veces, es mayor en los cuerdos que en los locos.

Mediados los años setenta, cuando las costumbres y las modas eran otras -más ligadas a la educación en la moralidad y las formas de aquella España que iniciaba la Transición-, El Lorenzo resultaba un personaje incómodo; pero no por sus ideas o por sus manías sino, más bien -¡lo que son las apariencias!-, por el inapropiado atuendo con el que se nos aparecía.

En pleno mes de agosto -cuando el calor estival es más sofocante en el Sur y particularmente cruel en Écija (a la que llaman, con razón, “La Sartén de Andalucía”)-, yo veía llegar al Lorenzo por la esquina entre El Salón y la Calle Nueva.
         El Lorenzo era un hombre entrado en años, canoso, espigado y aparentemente frágil, que siempre se acompañaba de un delgado bastón blanco con empuñadura de cuero y, a veces, se quejaba de los huesos. Cuando yo lo conocí, aunque la vejez le había dibujado ya una larga sombra en la mirada, caminaba resuelto y con cierta agilidad, como si nada se lo impidiera: ni su edad, ni sus males, ni sus achaques de viejo arteroesclerótico.

En plena calima, El Lorenzo aparecía vestido –o a medio vestir- solamente con unas viejas calzonas de deporte y una camiseta de tirantes. Tal excentricidad, injustificable en aquel tiempo, provocaba el horror impotente de los mayores y la burla inconsciente de los más pequeños (los únicos a los que se les permitía el pantalón corto). Mientras, bajo el calor sofocante, sentado bajo el amparo bienhechor del toldo de La Alicantina, yo me preguntaba -desde la envidia y, desde una cierta perplejidad-, quién era realmente el loco: si El Lorenzo, que pasaba de todos, o el imbécil que se burlaba de él mientras se secaba el sudor pajolero.

Hoy, que han pasado muchos años y he sido testigo de tantos cambios en las modas y en los usos, en las costumbres y en la educación, me doy cuenta  de que hemos tenido que dejar atrás toda una Transición, padecer tantas crisis, superar muchísimos prejuicios y sufrir un montón de inconvenientes, acabando por modificar sustancialmente nuestra mentalidad y nuestro comportamiento, para poder llegar, al final, justo hasta el punto en el que El Lorenzo estaba cuando lo conocí.

Ahora, cuando la vida nos ha enseñado mucho más de la lógica, de la libertad, de la tolerancia y del respeto, hemos acabado concluyendo que lo más sensato, con más de cuarenta grados a la sombra, es actuar –exactamente- como El Lorenzo lo hacía entonces. Tengo claro que, loco o cuerdo, El Lorenzo –por simple, por lógico- tenía mucha más razón que nosotros.

Me pregunto si no será que el verdadero Paraíso perdido es nuestra inocencia deshabitada.

 

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2 Comentarios

  1. María de López
    María de López febrero 12, 13:32

    Estimado Maestro; El Lorenzo tampoco lo he conocido. ¿Qué pensarían nuestros vecinos de entonces,de la moda de hoy? Simplemente cuestión de gustos y de tiempos pretéritos o pluscuamperfectos.
    Hay que ver y nos reíamos de aquel estribillo de sevillanas que decía: “con mi chándal y mis tacones, arreglá pero informal…” ¡Olé! por “El Lorenzo”, por sus manías y por su forma de combatir al otro Lorenzo.
    Salud

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  2. Paco Fernández-Pro
    Paco Fernández-Pro febrero 12, 14:41

    MI admirada Señora Doña María de López, voto a Dios que cada día me convenzo más, que de lo único que padecéis es de Juventud… y aunque vuestra corta edad, os privó del privilegio de haber conocido al Lorenzo y a otros como él, si fuera necesario, yo os los iría nombrando uno por uno que, como bien decís, todas estas cuestiones de las modas y los modos, siempre son superados por los que -locos o cuerdos- saben caminar por la Vida con la elegancia de los elegidos.
    Beso su mano.

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