Écija – El Portal Temático Cultural

LA SINFONÍA DE LOS JAZMINES por Francisco J. Fernández-Pro

LA SINFONÍA DE LOS JAZMINES por Francisco J. Fernández-Pro
julio 23
09:10 2016
Fco. Fernández-Pro

Fco. Fernández-Pro

Prendía en el pelo una flor hecha de jazmines recogidos por una horquilla. Rosario -la “tata”- era bajita y  pechugona: una mujerona de pueblo que creció al amparo de aquella casa del abuelo, cuya alpargata nos imponía casi pavor, pero cuya humanidad –diminutamente inmensa- también despertaba en nosotros una enorme ternura. Con los años, se había convertido en la sombra del abuelo y, como si padeciera un atípico y extraordinario estrabismo, sabía cuidar su sueño en la siesta, con un ojo puesto en los peroles de su cocina y el otro en los desaguisados de nuestras travesuras.

La gran casona del abuelo Julio, en la Calle Sevilla de Osuna, daba mucha tarea y necesitaba tres mujeres; además, como estaba algo torpe para conducir, también estaba Leopoldo, el chófer. Sin embargo, Rosario era el alma de la casa y hubiera renunciado hasta aquella filigrana –más que capacidad- de sus miradas divergentes, si él se lo hubiera pedido. Además, tenía la costumbre -¡que tanto le gustaba al abuelo!- de cuidar que no faltaran los jazmines: “Huelen muy bien –decía- y, además, espantan a los mosquitos”.

Por las tardes, con la fresquita, subíamos a la Alameda o al Lejío a jugar con los otros niños y la puerta del Convento de la Virgen de Belén, calle Sevilla arriba, también olía a jazmines: Antonio, el sacristán, los arracimaba y se los vendía a las beatas.

Si era por la mañana, el olor de los jazmines de Antonio se mezclaba con el de los melones del puesto que había justo a la entrada de la Plaza de Abastos (porque, entonces, los melones olían…); y, entre aquella sinfonía de aromas, solían regalarnos con majoletos, acerolas o higos chumbos, para entretener el hambre de media mañana. Después, tras caer la tarde, la dama de noche colgada de las tapias enjalbegadas del cine de verano, también se mezclaba con los jazmines.

Los estíos de mi memoria los habitan los jazmines y la dama de noche; y quizás, por eso, cuando llegan los veranos me pasa siempre lo mismo: inconscientemente me invaden los olores y, con la fuerza de un cierto instinto de supervivencia, me traslado a la vieja casona, con aquel patio grande en el que hasta me sentía capaz de respirar el tiempo; y a las manos regordetas de la tata Rosario, a la sonrisa adorada del abuelo, a los cines de verano, al sabor antiguo de los melones de la plaza, a los paseos por la Alameda y El Lejío, al recogimiento de las monjitas de la Virgen de Belén, al sabor de los majoletos y los higos chumbos, al sonido de los grillos,…

Esta sensual regresión, me induce a pensar que todos los veranos tienen su particular sinfonía y me convence que las plantas con las que convivimos son seres vivos agradecidos que, a más cuidados, devuelven más amor en forma de vida… y, entonces, por un momento, vislumbro que los jazmines tienen alma de alas para el Hombre porque, a fin de cuentas, el Tiempo y el Sueño que lo elevan, tienen sus propios aromas.

(Variaciones sobre “Teselas para un Mosaico”)

facebooktwittergoogle_plusredditpinterestlinkedinmailby feather

About Author

Información

Información

1 Comentarios

  1. Luis Candelas
    Luis Candelas julio 23, 11:46

    Precioso.

    Responda a este comentario

Escribe un Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.
Los campos marcados son obligatorios *