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EL ROQUE por Francisco J. Fernández-Pro

EL ROQUE por Francisco J. Fernández-Pro
febrero 21
03:09 2015
Francisco J. Fernández-Pro

Francisco J. Fernández-Pro

El Roque ya murió. Yo lo conocí hace muchos años: cuando él no contaba más de veinte y yo andaba por los doce; sin embargo, recuerdo perfectamente que la primera vez que lo vi, cruzaba una de las esquinas de la calle Mayor a la altura de Puerta Palma.

Esmirriado, cejijunto, siempre despeinado, caminaba echado hacia delante, con paso largo y rodilla quebrada, como queriéndose caer sin decidirse. Tenía una mirada extraviada, continuamente en órbita de la pupila,  como si pretendiera verlo todo al mismo tiempo. Sus pómulos eran prominentes y tenía sus mejillas chupadas (o quizá fuera que lo uno iba con lo otro). Todos sus rasgos dibujaban en él una expresión y unos perfiles especialmente desagradables. Sin embargo, El Roque siempre andaba sonriendo… quizá porque su momanía era la de sentirse enamorado.

Empecinado donjuán, quijote irremediable, El Roque nació feo y anormal, quizá por eso anduvo por la vida dándolo todo y, aunque sólo recibía la burla y el desprecio de la gente, persistía en su afán con la esperanza de hallar un ser amable con quien compartir ese Mundo de Amor que la Vida le había hurtado desde el principio, pero que sabía cierto, porque lo adivinaba todos los días tras las miradas cómplices de los amantes, con los que se cruzaba por las calles o veía sentados en los bancos del Parque de San Pablo, a la orilla del río.

El Roque siempre añoró el Amor de alguien en su alma; por eso paseaba su esperpéntico esqueleto y su sonrisa exagerada, abordando a las más bonitas transeúntes para ofrecerles su Todo en una entrega disparatada:

- ¿Te quieres casar conmigo? –suplicaba, al borde de un abismo de esperanza que lo maltrataba- ¡Mira!… ¡tengo una radio y un reló!…

… y, mientras mostraba su muñeca abrazada por un cronómetro parado de dos pesetas y su eterna sonrisa de idiota sin remedio, su radio y su reloj se convertían -por la magia de la locura más hermosa- en la misma Naturaleza del Amor, en el mayor tesoro de la Tierra: porque aquella radio y aquél reloj, era lo único que poseía… y él lo ofrecía como si le sobrara.

Pero El Roque ya no está: se fue sin haber conseguido ese Amor para el que había nacido y ya le será imposible materializar en este Mundo la enorme ilusión que siempre lo mantuvo.

Me contaron que, cuando murió, lo hizo sonriendo: que tenía la misma sonrisa de siempre en sus labios vírgenes; y, cuando pienso en ello, cada vez que lo recuerdo, no puedo evitar una sensación de ternura, porque estoy seguro de que, en aquel último instante, El Roque le sonrió a la Muerte porque halló -en ella- a la primera amante que quiso aceptar su abrazo, incondicionalmente, para compartir con él toda la eternidad.

(…variaciones sobre un texto de TESELAS PARA UN MOSAICO, 1999)

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2 Comentarios

  1. Liliana Maria.
    Liliana Maria. febrero 22, 10:42

    La parte final de la historia me conmovió profundamente. Saludos.

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    • Paco Fernández-Pro
      Paco Fernández-Pro febrero 25, 00:28

      Mi Señora Liliana, no sabe lo que me agradezci t ne agradan sus letras.
      Todo el sentido de un relato suele volcarse al final; y, en efecto, en el final de mi relato, quise sintetizar el sentido de todos sus párrafos, la mesura o desmesura de la pasión del Roque, la esperanza que lo mantuvo, el desenlace (que no podía ser sino feliz) de su vida,trágicamente inevitable… Por eso, gracias por haberse conmovido justo al final.

      Un saludo muy cordial (que, como usted sabe, significa de corazón…)

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