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EL CONFINAMIENTO por Francisco J. Fernández-Pro Ledesma

EL CONFINAMIENTO  por Francisco J. Fernández-Pro Ledesma
abril 28
23:02 2020
Fco. Fernández-Pro

Fco. Fernández-Pro

Desde que iniciamos este obligado confinamiento, no he dejado de leer en las redes sociales todo tipo de conjeturas, opiniones, bulos, exabruptos innecesarios, insultos de idayvuelta,… y he huido de entrar al trapo, de manifestarme porque, a la vez, he podido comprobar que, cuando se les requiere, también hay héroes anónimos guiados por el corazón y el compromiso que, sin necesidad de troveros que los canten, cumplen con la heroicidad cotidiana de mantenerle el pulso a la muerte. También hay héroes que lo fueron durante muchísimos años y a los que -no sólo nunca se les reconoció su gesta- sino que, con el puñetero virus, los hemos dejado solos y, soltándole las manos, los dejamos caer al precipicio. De todas formas, pienso que todo ha respondido a una premisa que mantengo desde hace años: la mayor heroicidad, es la de vivir con dignidad la aventura nuestra del cada día. Por eso, las situaciones extremas, descubren héroes y desenmascaran miserables.

La naturaleza humana tiene rincones que nadie conoce. De ahí mi silencio. Por ellos: por respeto a los que han luchado con dignidad y en homenaje a los que, habiendo dado tanto durante tanto tiempo, fueron abandonados a la hora de la partida, no podía escribir sobre la bondad de estos héroes ignorando la miseria de los que los vapulearon; ni tampoco podía criticar las posturas egoístas, interesadas o incompetentes de estos, omitiendo el inmenso sacrificio de tantos otros. A fin de cuentas, todos estamos en el mismo barco y todos padecemos este confinamiento; cada cual con su carga y con su cruz, con su conciencia personal e intransferible. Por eso creí que era más sensato aguantar el embate y esperar a que todo pasara para analizar las consecuencias últimas con mayor conocimiento y objetividad.

Sin embargo, es difícil mantenerse al margen. Creo que todo lo que ha pasado nos ha enseñado algo importante que debemos reconocer: la fragilidad que poseemos y la interdependencia a la que estamos sometidos los hombres. No somos dioses. Solos no somos nada. De hecho, esta perentoria necesidad que padecemos se manifiesta en el simple acto de saludar a un vecino, en el sencillo gesto de disfrutar del momento reconociendo al otro y respondiéndole al saludo con una sonrisa. Para eso son nuestros sentidos: para que podamos detonar nuestros impulsos. El Hombre sólo es un cúmulo de energía en continua expectativa.

Sin duda es cierto que nuestro genoma sólo se diferencia del de un gusano en un mínimo cromosoma de ADN; pero esa microscópica partícula que nos evita reptar, es la misma que nos otorga la inmensa responsabilidad de ser los únicos seres vivos capaces de comprender la Naturaleza y destruirla. ¿No será esa partícula el gesto que Dios tuvo con el Hombre?

Sin embargo, en estos días la Naturaleza se ha rebelado y otro mínimo gesto, convertido en virus microscópico, ha venido a ponerle orden a nuestros actos. Quizá era la lección que el Hombre necesitaba: la de volver al barro y dejar -por un momento- de sentirse Dios; la de intentar la divinidad sólo a través del Verso o de la Música o del color o del desafío que el Artista mantiene con La Nada. Quizá esta era la lección que necesitábamos para recobrar el sentido y el placer que se siente al pasear por la calle y cruzarnos con cualquier vecino para intentar un saludo, aunque sólo sea para poder devolverle una sonrisa. Tan simple como eso.

A pesar de nuestras pretensiones, no deberíamos olvidar nunca que sólo somos fruto del Aliento de un Dios Creador -ya fatigado en su Sexto Día- y de este barro que surgió de la tierra mezclada con el Océano. Por tanto, agua y sal somos, como cualquier lágrima… y, como cualquier lágrima, siempre tendremos la necesidad de llorar y una eterna vocación por derramarnos.

 

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